~ 21 julio 2010


Vivir en Buenos Aires no es moco de pavo. Hay que armarse de paciencia, hacer oídos sordos y acostumbrarse ser un eximio tiempista callejero. Pero ¿por qué hay que acostumbrarse a lo malo? ¿Me tengo que acostumbrar a que mis “representantes” no me den lo que me merezco? ¿Y por qué tiene que ser normal planificar mi día según las protestas convocadas?

Por un lado, quienes deciden manifestarse en las calles tienen todo el derecho de hacerlo, y por el otro, los demás tienen todo el derecho del mundo a vivir en paz. Pero lo que sí es seguro es que si la democracia representativa funcionara como debería hacerlo, no sería necesario poner el cuerpo para reclamar lo que corresponde.

Parece que lo único que otorga esta versión argentina de la democracia, es el derecho de elegir a quienes después limitarán nuestras opciones. Los Kirchner se venden como Evita y Perón del siglo XXI, preocupados por la clase trabajadora, la justicia social y representar los intereses del pueblo. Sin embargo, las manifestaciones callejeras son el más claro reflejo de que esto no ocurre. El ruido de los bombos y de las cacerolas deja al descubierto el ruido que hace la tan promocionada política social del gobierno.

Deberíamos dejar de adaptarnos a lo que nos perjudica, y dejar de hacer como si ese ruido formara parte del paisaje natural de la cuidad. Existe un mundo en el que las soluciones no se encuentran a fuerza de protestas y en el que la democracia vale más que el derecho a tocar un bombo en la calle.

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